Llevo tanto tiempo con ella delante, que esta mañana me he sorprendido al darme cuenta una vez más de su belleza. Me encontré esta etiqueta en el aeropuerto hace al menos dos o tres años y desde entonces está puesta debajo de la pantalla de mi ordenador, y sobre ella suele estar una acechante pantera negra de la casa Papo de la que soy también inconsciente hasta que me vuelve a admirar su perfección.
Por supuesto, lo que me llamó la atención fue el tigre y su maravilloso salto - recuerdos de Salgari y su Sandokan literario al que acompañé junto con Yañez a lo largo de toda su maravillosa historia - y siguiendo mi tendencia de trapero la recogí para descubrir que era una etiqueta que alguna vez llevó a una maleta a su destino en Bangalore, nombre que solo puedo comparar al de Antaviana como evocador de exotismos sin fin.
Lo siento por el que la perdió - o a lo mejor la tiró sin darle más importancia - pero lo que me enamora de la memoria de papel es, precisamente eso: lo efímero de su existencia.
Por supuesto, lo que me llamó la atención fue el tigre y su maravilloso salto - recuerdos de Salgari y su Sandokan literario al que acompañé junto con Yañez a lo largo de toda su maravillosa historia - y siguiendo mi tendencia de trapero la recogí para descubrir que era una etiqueta que alguna vez llevó a una maleta a su destino en Bangalore, nombre que solo puedo comparar al de Antaviana como evocador de exotismos sin fin.
Lo siento por el que la perdió - o a lo mejor la tiró sin darle más importancia - pero lo que me enamora de la memoria de papel es, precisamente eso: lo efímero de su existencia.
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